miércoles, 24 de septiembre de 2008

Dolor privado bajo la luz pública

"Magnifying glass"
Imagen tomada por Dr. Pat
Publicada en Flickr.com el 27/02/2007
Reproducida bajo los términos de la licencia
Creative Commons Reconocimiento No Comercial 2.0 Genérica


Hace dos días, tomé un tren de la Línea San Martín en Retiro para volver a mi casa en Bella Vista. Tuve la suerte de subirme a una de las formaciones remodeladas, idéntica a la que incendiarían en mi estación de destino apenas unas horas después. En los asientos que estaban delante, dispuestos para que quepan cuatro personas, se sentó una pareja con tres niños de no más de seis años de edad.


Mientras el tren discurría con normalidad por sus vías maltrechas, los pequeños gritaban y jugaban. En un momento de calma, la madre le preguntó a su esposo si estaba enterado del fallecimiento del bebé de Maru Botana, conocida chef y conductora televisiva en “Sabor a mi” en las mañanas de Canal 11. El señor dijo no saber nada acerca del lamentable suceso, por lo que le pidió más información. “Resulta que se fué con sus cinco hijos a una cabaña no sé dónde y dejó a la criatura con su abuela y al bebito le agarró muerte súbita” (sic), contestó la señora con cierto desdén. El mayor de sus hijos escuchó el apresurado relato y preguntó a su madre qué era la muerte súbita. “Es algo que les pasa a los bebés, que se pueden morir de repente mientras duermen”, dijo la mujer ante la aterrorizada mirada del niño. Levanté la vista y, en un rincón del vagón, un pasajero leía un diario que titulaba “Conmoción por la muerte de bebé de Maru Botana”.


No pude dejar de preguntarme acerca del sentido de publicar con tanto énfasis una información tan lamentable como la muerte de un bebé. Inevitablemente, las personas famosas ven restringido su ámbito privado dada las características particulares de su profesión. Sin embargo, esto no es excusa para que los medios publiquen alevosamente una noticia de ese tenor como si se tratara del más corriente chisme.


Mientras pensaba acerca de estos particulares, recordé lo ocurrido con la muerte del periodista Juan Castro, quién falleció el 5 de marzo de 2004 tras caer del balcón de su departamento en circunstancias aún no esclarecidas por la Justicia. Durante los casi tres días en los que Juan agonizó en la terapia intensiva del Hospital Juan A. Fernández de Palermo, la prensa descargó un furioso operativo “informativo” del suceso que conmovía a la opinión pública. Coberturas en vivo desde la puerta del hospital; rumores de una orden presidencial para desconectar el respirador artificial que lo mantenía con vida; “vida desordenada y promiscua”; “picadora de carne”; vecinas devenidas en forenses expertos que narraban, con asombrosa sangre fría, que se detuvieron a último momento de tomarle una fotografía al cuerpo estrellado del periodista; reporteros que quisieron abrir la puerta de la ambulancia que trasladaba su cadáver a la casa funeraria para hacer unas tomas; fotógrafos expulsados por la fuerza del hospital, que se habían infiltrado para registrar con sus cámaras a Juan entubado cual si fuera un posmoderno Balbín. Pero el epítome de esta sublime clase de periodismo fue la publicación de correspondencia privada de Juan, obtenida mediante métodos presumiblemente non sanctos.


En aquellos días, todos nos habíamos vuelto en expertos sobre adicciones de drogas y sobre el funcionamiento de la industria televisiva, a punto tal que estos y otros menesteres de la vida privada de Juan se convirtieron en motivo de debate informal y mediático. Maru Botana parece haber corrido mejor suerte. Con el fallecimiento de su hijo, se despertó cierto griterío periodístico, pero no con la histeria del “caso Castro”. Sin embargo, los efectos no dejan de ser perniciosos a la hora de evaluar el grado de desinformación e insensibilidad con la que se habla de un tema tan delicado como la muerte de un hijo (la muerte de Juan es, también, la muerte de un hijo)


¿Acaso el que tituló el diario que leía el pasajero pensó en los sentimientos de la Sra. Botana y de sus allegados? ¿Acaso los que hablan en televisión acerca de la prevención de la muerte súbita se pusieron a pensar en que el mensaje que dan llega a las audiencias en forma fragmentada y cuya correcta comprensión no puede asegurarse? Yo tengo mis serias dudas al respecto.


Lo que los afectados por una noticia pueden llegar a sentir por ver su tragedia reflejada en los medios no es de interés para las empresas periodísticas modernas. La noticia es una mina de oro que debe ser explotada hasta agotarse su potencial comercial o hasta que una veta más grande sea encontrada. En tal sentido, la voracidad informativa por el “caso Castro” se agotó con el estallido de las bombas en Atocha casi una semana después de la muerte de Juan.


Pero no sólo es una cuestión de sentimientos, sino de desinformación y prejuicios. La madre que viajaba en el San Martín no sabía adónde había ido la Sra. Botana ni por qué había dejado a su bebé al cuidado de su abuela. Esos son detalles menores, pero hacen a la vida privada de la conductora que no deberían ser objeto de debate. Además, no es información suficiente como para que varias voces en foros de diarios online y otros medios de comunicación juzguen a la Sra. Botana de “mala madre” por haber dejado a su pequeño en Buenos Aires para tomarse unos días en la montaña. Millones de madres dejan a sus hijos al cuidado de familiares o niñeras, los que sobreviven al fin de semana sin grandes contratiempos. Pero la industria “informativa” no puede dejar de lado su pulsión de proceder con modales de elefante sobre la desgracia ajena. Es lícito que, cuando un hecho de tal magnitud le ocurre a una figura pública, se trate en los medios. No obstante, esto no habilita a regodearse en el dolor ajeno y a convertirlo en baratija informativa. Es hora de que comprendamos, como sociedad y como individuos, que la vida privada de los demás es inviolable, más allá de su actividad pública. Los medios deben recordar, además, su rol de formadores de opinión y tener sumo cuidado con las informaciones que publican y con la intensidad con las que las difunden.


Cuando hube llegado a mi casa, prendí la televisión. En uno de los programas de chimentos de la tarde, hablaban sobre “la tragedia de Maru Botana”. Recordé una frase que decía mi abuelo: “el problema no es decir estupideces, sino decirlas con énfasis”.