lunes, 12 de octubre de 2009

Ahogados


William Turner, "Fishermen at the sea"

Mientras leo los diarios, y en mi mente se confunden los titulares sobre la Ley de Medios y el asesinato de un joven de 18 años en Tigre, aparece esa palabra tan oportuna como molesta. Lamentablemente, no es la primera vez que interrumpe mis lecturas matinales y vespertinas. Ni siquiera me abandona cuando, harto de tanto diálogo de sordos en estas pampas, me pongo a leer el Times de Londres con la esperanza de encontrar en sus páginas algo que se parezca a la tan comentada caballerosidad y temple británico. La decepción ya es patrimonio histórico de la humanidad.

En 2003, un señor de Santa Cruz asumía la presidencia negándose a firmar el libro de actas con la tradicional lapicera de oro reservada a los presidentes. La banda le quedaba larga y le faltaba bastante almidón, y tampoco sabía qué hacer con el bastón de mando. En una entrevista que le hizo Juan Castro poco después de la renuncia de Menem al ballotage se definió como: "un hombre común con responsabilidades importantes". En la sala de edición, le cortaron el final. "Zaraza, zaraza", me imagino diciendo a Juan.

Sin embargo, K era un "tipo simpático" para los periodistas de la Capital. Su tropa estaba compuesta por hombres y mujeres que usaban ropa barata (su esposa no, que ya estaba habituada a los modos de la gran ciudad en su calidad de senadora), de modales austeros y lengua filosa. A muchos de ellos, y me incluyo, nos conquistó con esas ganas de arreglarlo todo ya. Veníamos de pasar tantas penurias, abandonos y enajenaciones como sociedad que nos aferramos a él, que hizo malabarismos con el bastón para luego demostrarnos que eso era parte de la hábilmente construída imagen de hombre común. K sabía muy bien cómo manejar las riendas, dónde golpear y dónde acariciar para que las cosas marcharan a su gusto.

Desde entonces, poco ha cambiado en los modos de ejercer el poder en la Argentina. Sin embargo, ya pocos fieles de corazón le quedan a su lado. Algunos nos alejamos pronto, otros no. La mayoría se la fue de las manos cuando quiso tocar la plata, como pasa siempre en este país. Cuando tocan nuestras libertades y nuestro derecho a vivir en paz, nada pasa. El silencio y la cobardía nos mantienen impávidos ante el poder derrotado, que sin pruritos sigue comprando voluntades a mano llena para agarrarse del reloj de Titanic. El pueblo pasa hambre, los gobernadores no llegan a fin de mes, la inflación se come ganancias y sueldos, la sequía arruina los campos y el trabajo de generaciones. Pero él sigue adelante: esas son cosas de "la contra", de "la oligarquía".

Ayer mataron a un chico de 18 años en Tigre de un balazo tras robar la casa en la que vivía con su madre y hermana. Cinco años antes, su padre había corrido igual suerte en manos de una delincuencia cada vez más desbocada y permitida por el poder corrupto y sinvergüenza. ¿Cómo hará el Jefe de Gabinete, de afamada retórica vulgar y chabacana, para explicarle a esa señora que quiere dejar el país que a su hijo no lo mató la inseguridad, porque eso es "una sensación que inventan los medios"? La bala que mató a ese joven, y antes a ese padre, no la dispararon ni Clarín, ni La Nación, ni Canal 13, sino un delicuente producto de los tantos negocios espurios que el Poder hace con la pobreza. Todos saben dónde están los que venden la droga, dónde aterrizan los aviones cargados de estupefacientes (hay 1200 pistas ilegales según denuncian Pino Solanas y Elisa Carrió), dónde están los radares de frontera que el Ministerio de Defensa desactivó hace meses, pero las sustancias corren sin problemas entre la población: la Justicia sospecha que la campaña presidencial de Cristina la pagó el narcotráfico.

Asi estamos, de batalla en batalla pero sin ganar la guerra. ¿No será que se están equivocando de escenario?