lunes, 28 de abril de 2008

El valor de lo tácito

En 1976, Jorge Luis Borges concedió una magistral entrevista al periodista español Joaquín Soler Serrano para su programa A Fondo, que hoy puede verse en el canal de cable Encuentro y por Canal 7 (debo reconocer que la programación de estos dos canales es un acierto de la administración kirchnerista, aunque no siempre se esté de acuerdo con el mensaje que transmiten dichas emisoras). Allí, Borges explica las ventajes de la sutileza cuando le dice a Soler Serrano que "la única forma válida de decir las cosas es de forma tácita" (me permito acomodar los dichos de Borges a una sola frase, aunque este concepto surge de un breve fragmento del diálogo que sostiene con su entrevistador).

En estos tiempos de crispación, quizás resulte provechoso recordar este pensamiento del gran escritor argentino. En definitiva, el uso de los atriles conlleva sus riesgos: en vez de agraviar, ¿por qué no se pueden discutir ideas? ¿No sería mejor si se dijera lo que se quiere decir con un mínimo de palabras (o de imágenes, en el caso de la televisión)? Este blog no siempre cumple con ese requisito: el post que antecede a este probablemente tenga demasiadas palabras. ¿Significa esto que debemos llamarnos a silencio? Bajo ningún punto de vista: el silencio debe buscarse en la meditación, no en el debate público. Este último es uno de los reinos de la palabra, aunque habría que transformarlo en el "reino de la palabra esencial". Como vimos en los últimos tiempos, el humo puede ser peligroso. Pero cuando se junta con la niebla, puede ser mortal.

El atril en el espejo

El jueves próximo pasado, el ex? presidente Néstor Kirchner se despachó con una de sus habituales diatribas desde el atril. Es asombroso el protagonismo que dicho instrumento de la oratoria cobró en estas últimas dos administraciones.

Hubo épocas en donde brilló por su ausencia, como en el gobierno de De la Rúa, que prefería la cadena nacional. En esos tiempos, el ministro de Economía Domingo Cavallo pronunciaba discursos casi todas las noches para hablarnos de las bondades del corralito y del megacanje (por favor, lector, contrólese). Cuando Menem gobernaba, el atril también tenía su presencia: una troupe de funcionarios elegantemente trajeados recorrían la Argentina y otras tierras para pregonar las bondades de la Convertibilidad. Con Alfonsín, conoció sus últimas horas de esplendor retórico: después de todo, el primer presidente de la democracia era un orador de fuste, formado al calor de la palabra escrita, del discurso de ideas, tradiciones de las que el radicalismo podía sentirse orgulloso.

Hoy, el atril es el lugar desde donde parten los latigazos. Se lo acusa de haber provocado la renuncia del joven Lousteau, aunque esa versión fue descartada por el diario Crítica de la Argentina esta mañana. En los tiempos en los que Néstor era el presidente explícito de la Nación, solía despacharse con furia contra el enemigo de la semana: la prensa, el campo, el Fondo Monetario, otra vez la prensa, y otra vez también.

Después de tantos años de desprestigio, ¿conocerá el atril nuevos tiempos de oratoria brillante? Más allá de las discrepancias ideológicas que se puedan tener, la Presidente demostró ser una brillante oradora: desde Alfonsín que no se veía por estas pampas a un mandatario que pronunciara un discurso sin leer. Pensar y decir lo que se piensa en simultáneo puede ser un ejercicio complicado; si no, pregúntesele a los locutores o presentadores de televisión (hay excepciones, claro, como prueba el primer post de este blog: si el lector tiene la posibilidad de ver alguno de los editoriales de Juan Castro en Kaos en la Ciudad, escuchará un discurso perfectamente articulado. Es verdad, Juan no era un improvisado, como sí eran muchos de los que lo criticaban cuando, en realidad, lo descalificaban.) Sin embargo, la Presidente comete errores: el ataque contra el dibujo de Hermenegildo Sábat en el acto de Plaza de Mayo, ¿habrá sido pensado?

Las cosas que dijo el ex? presidente el jueves por la noche, ¿habrán sido pensadas? La respuesta es afirmativa. Se puede disentir con lo que dijo Kirchner, pero no se puede admitir que se utilice el atril, sea de madera o de papel, para fustigar. Los medios, tan criticados por esta administración, le son funcionales porque reproducen sus discursos. Esta es la lógica del poder: se dice algo aprovechando una asimetría, que luego se amplifica a través de otra asimetría, la mediática. ¿O acaso podemos los periodistas ser tan ingenuos y pensar que nuestro trabajo no conlleva una asimetría? El micrófono, la cámara, la pluma y el atril son armas que deben usarse con sumo cuidado.

El filósofo inglés John Stuart Mill decía que no debía haber ningún límite a la libertad de expresión, salvo que se incurriese en descalificaciones y agravios. Y esto vale tanto para el político que use el atril como para el periodista; está bien y es deseable que el periodista escriba en contra de los funcionarios públicos y viceversa. Es necesario para un saludable funcionamiento de la democracia que se expresen opiniones disidentes, ya que la democracia es precisamente la elección de una verdad entre muchas luego de una completa discusión. Pero cuando se usan las asimetrías del poder para vulnerar al otro, cuando se construye un relato oficial del pasado (ya lo hicieron la Generación del '80, el revisionismo, el Proceso, y ahora lo hacen los Kirchner con idéntico afán refundador), cuando se miente con las estadísticas públicas, cuando se usan anacrónicas disyuntivas ("¡Oh, ayer, tesoro de los fuertes! ¡Santo ayer, sustancia de la niebla cotidiana!" dice Unamuno en el tercer capítulo de Niebla) se vulnera a la democracia.

viernes, 18 de abril de 2008

Cuatro años sin Juan Castro

El 5 de marzo de este año, se cumplieron cuatro años de la muerte del periodista Juan Castro. Lamentablemente, este blog no estaba online entonces, por lo que este post sale recién ahora.

¿Qué decir de Juan cuando la tristeza de entonces todavía está fresca? De él se dijo de todo: drogas, homosexualidad, vida "desordenada", se publicaron cartas privadas, desfilaron testigos que describieron hasta la última gota de su sangre en el pavimento. También se dijo que era un periodista genial, sensible, buen compañero, que vivía rodeado de gente pero íntimamente solo. Esa soledad que agobió a Juan es la que más grita con su silencio: el 5 de marzo de 2004 se llevó a un ser humano íntegro.

Nació en Parque Patricios, al que alguna vez llamó "su barrio de los sueños", el miércoles 13 de enero de 1971 junto con su hermano gemelo Mariano. Después vinieron la infancia en el monoblock, las carencias ("por mis ojos verdes creen que salí de Martínez", le dijo alguna vez a Clarín) y el hecho que lo marcó hasta que se cayó por el balcón: la muerte de su mamá, víctima del cáncer. A partir de entonces, dicen los que saben, Juan empezó su derrotero de drogas y de noche.

Sin embargo, ese infierno que se instalaba en su vida no lograba apagar su ímpetu: empezaron los programas en televisión y radio. De atender los teléfonos de "Feedback" y "Malas compañias" en la radio junto a Mario Pergolini, pasando por el noticiero de Canal 11, hasta "Zoo, las fieras están sueltas", junto a Dolores Cahen D'Anvers, y su recordado "Kaos en la ciudad", con Ronnie Arias, Carla Czudnowsky, María Julia Oliván, Martín Ciccioli y Martín Jáuregui.

Ese Kaos con "K", no de Kirchner sino de él. Con aciertos y errores, ese kaos era blanco de críticas: edición rapidita que destaca la forma por sobre el contenido, se pasa de informes muy duros a otros alegres y frívolos, y sigue la lista. ¿Acaso creían que la realidad es una cosa uniforme? Un examen cuidadoso del dia de cada uno demostrará que pasamos con naturalidad sorprendente del trabajo y los problemas económicos a disfrutar cada noche del sexo con nuestra pareja, para que luego nos llamen por telefóno para avisarnos que alguien cercano se murió. Entonces vamos al velatorio, damos una vuelta alrededor del ataúd, comentamos el maquillaje que le pusieron al difunto, y luego salimos a la vereda para reir y conversar sobre lo que hicimos el sábado a la noche en una disco. "Si sos romántico, salís a la calle y te encontrás con el amor de tu vida. O te pueden matar por un peso. Eso es el kaos" explicó Juan alguna vez.

Ese kaos llevó a Juan lenta pero inexorablemente al balcón. Internaciones varias, afecciones cardíacas, tardes enteras escondido detrás de un sillón huyendo de las alucinaciones, tardes enteras junto a sus amigos festejando su cumpleaños, miles de sonrisas y miradas llenas de luz, una mente aguda y llena de curiosidad que devoraba libros, diarios, películas, las historias más duras y también las más alegres; hombres y mujeres que compartieron su lecho hasta Luis Pavesio, que lo acompañó hasta su muerte. En más de novecientos discos buscó su melodía y se quedó con "One more try", de George Michael.

En sus últimos días gustó vestir de blanco, preparándose para caminar por las calles de algún alma, como canta Laura Branigan en "Self Control". Aún no se sabe que pasó en su departamento la tarde del martes 2 de marzo de 2004: suicidio, accidente producto de alucinaciones o intento de asesinato fueron las versiones que más sonaron. Lo que sí se sabe es que Juan se lastimó irreparablemente. El viernes 5 de marzo de 2004, Juan Castro murió a las 2:30 de la madrugada en una cama del Hospital Fernández.