lunes, 28 de abril de 2008

El atril en el espejo

El jueves próximo pasado, el ex? presidente Néstor Kirchner se despachó con una de sus habituales diatribas desde el atril. Es asombroso el protagonismo que dicho instrumento de la oratoria cobró en estas últimas dos administraciones.

Hubo épocas en donde brilló por su ausencia, como en el gobierno de De la Rúa, que prefería la cadena nacional. En esos tiempos, el ministro de Economía Domingo Cavallo pronunciaba discursos casi todas las noches para hablarnos de las bondades del corralito y del megacanje (por favor, lector, contrólese). Cuando Menem gobernaba, el atril también tenía su presencia: una troupe de funcionarios elegantemente trajeados recorrían la Argentina y otras tierras para pregonar las bondades de la Convertibilidad. Con Alfonsín, conoció sus últimas horas de esplendor retórico: después de todo, el primer presidente de la democracia era un orador de fuste, formado al calor de la palabra escrita, del discurso de ideas, tradiciones de las que el radicalismo podía sentirse orgulloso.

Hoy, el atril es el lugar desde donde parten los latigazos. Se lo acusa de haber provocado la renuncia del joven Lousteau, aunque esa versión fue descartada por el diario Crítica de la Argentina esta mañana. En los tiempos en los que Néstor era el presidente explícito de la Nación, solía despacharse con furia contra el enemigo de la semana: la prensa, el campo, el Fondo Monetario, otra vez la prensa, y otra vez también.

Después de tantos años de desprestigio, ¿conocerá el atril nuevos tiempos de oratoria brillante? Más allá de las discrepancias ideológicas que se puedan tener, la Presidente demostró ser una brillante oradora: desde Alfonsín que no se veía por estas pampas a un mandatario que pronunciara un discurso sin leer. Pensar y decir lo que se piensa en simultáneo puede ser un ejercicio complicado; si no, pregúntesele a los locutores o presentadores de televisión (hay excepciones, claro, como prueba el primer post de este blog: si el lector tiene la posibilidad de ver alguno de los editoriales de Juan Castro en Kaos en la Ciudad, escuchará un discurso perfectamente articulado. Es verdad, Juan no era un improvisado, como sí eran muchos de los que lo criticaban cuando, en realidad, lo descalificaban.) Sin embargo, la Presidente comete errores: el ataque contra el dibujo de Hermenegildo Sábat en el acto de Plaza de Mayo, ¿habrá sido pensado?

Las cosas que dijo el ex? presidente el jueves por la noche, ¿habrán sido pensadas? La respuesta es afirmativa. Se puede disentir con lo que dijo Kirchner, pero no se puede admitir que se utilice el atril, sea de madera o de papel, para fustigar. Los medios, tan criticados por esta administración, le son funcionales porque reproducen sus discursos. Esta es la lógica del poder: se dice algo aprovechando una asimetría, que luego se amplifica a través de otra asimetría, la mediática. ¿O acaso podemos los periodistas ser tan ingenuos y pensar que nuestro trabajo no conlleva una asimetría? El micrófono, la cámara, la pluma y el atril son armas que deben usarse con sumo cuidado.

El filósofo inglés John Stuart Mill decía que no debía haber ningún límite a la libertad de expresión, salvo que se incurriese en descalificaciones y agravios. Y esto vale tanto para el político que use el atril como para el periodista; está bien y es deseable que el periodista escriba en contra de los funcionarios públicos y viceversa. Es necesario para un saludable funcionamiento de la democracia que se expresen opiniones disidentes, ya que la democracia es precisamente la elección de una verdad entre muchas luego de una completa discusión. Pero cuando se usan las asimetrías del poder para vulnerar al otro, cuando se construye un relato oficial del pasado (ya lo hicieron la Generación del '80, el revisionismo, el Proceso, y ahora lo hacen los Kirchner con idéntico afán refundador), cuando se miente con las estadísticas públicas, cuando se usan anacrónicas disyuntivas ("¡Oh, ayer, tesoro de los fuertes! ¡Santo ayer, sustancia de la niebla cotidiana!" dice Unamuno en el tercer capítulo de Niebla) se vulnera a la democracia.

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