domingo, 13 de septiembre de 2009

El Zen y la Bruja


Coche La Brugeoise serie 1 (1915)

En febrero de 2004, intenté tomar clases de karate en el gimnasio al que concurro habitualmente. Conocer una forma de ver el mundo bastante diferente a la mia era todo un reto en aquel entonces: recién salido de la secundaria, hiperactivo, controlador al máximo, simplemente no podía concentrarme. Me la pasaba mirando lo que hacían los otros socios en los aparatos, lo que ocurría en la recepción, la ropa de los transeúntes: nada más inapropiado para una clase en donde hay que estar atento a lo que dice el Sensei, y obviamente al puño del adversario.

Sumado a que no practicaba en mi casa las técnicas aprendidas en clase, ya que de tan cansado que llegaba me duchaba y luego me ponía frente al televisor a ver series de los 60 en el cable, mi desempeño en el dojo no era el mejor. Una tarde, el Sensei notó mi distracción y me dijo una frase que no olvidaré jamás: "cuando se come, se come. Cuando se duerme, se duerme".

En estos días, esa frase sonó insistentemente en mi cabeza. Estoy planeando la construcción de un modelo a escala de un coche La Brugeoise serie 1 de la línea A del subte de Buenos Aires. Como el diseño de carrocería original (el que yo replicaré) ya no existe gracias a que los trenes fueron reformados a su aspecto actual en 1927, debo basar mi reconstrucción en fotografías, relatos de viajeros de aquel entonces (difícil que alguien se acuerde con sumo detalle cómo era el interior de las Brujas entre 1913 y 1927), y una activa imaginación. Las vistas y el viajero ya los conseguí; la imaginación también.

El gran problema es que la imaginación no siempre se comporta como uno necesita ante retos tan demandantes como al que la vengo sometiendo desde hace meses. Amigos, parientes que ya no están, programas de televisión, películas, citas literarias, brillantes ideas para posts del blog que nunca escribo por mi inevitable tendencia a postergarlo todo, el ruido del subte, música: cosas que pueblan mi mente y que no me dejan concentrarme en la Bruja. Hasta que, haciendo un tremendo esfuerzo, lo logro.

Y ahi viene el gran reto: dejar de pensar en la Bruja. Quiero pensar en otra cosa, en una persona, y no puedo. Aparece la Bruja, con su aspecto en blanco y negro de la Belle Époque que las vio nacer, el ruido de sus motores y frenos en el superpoblado subte Anglo de 2009, en donde siguen andando con 95 años a cuestas. Ahi está la Bruja, quitando de mi mente toda otra cosa que no sea sus ansias de renacer en su forma original. Patalea, grita, se mueve dentro de algún útero cerebral que crece cada día más.

El viernes terminé los planos, mañana empiezo a acopiar los materiales. Pronto comenzará la etapa más complicada de la gestación, y a no descansar hasta el parto. Y luego, ver que funcione: que corra por la vía, que pueda cambiar de camino sin descarrilar ni matar a nadie, que su suspensión resista los desniveles, que sus motores no se quemen en la mitad del viaje, que no opte por prenderse fuego antes de que cumpla tantos años como sus antecesoras de verdad, que quiera ser de verdad. No se conformará con transportar aire en sus lujosos interiores: querrá crecer y llevar gente, servir de modelo para una nueva Bruja serie 1 que podría montarse en el chasis del coche 43, que se incendió hace nueve años en Primera Junta. Querrá volver a Polvorín, el hogar de sus hermanas mayores. Y habrá que dejarla ir, para no defraudar al Sensei.

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