martes, 6 de mayo de 2008

La inflación de los pobres

Una de las consecuencias más nefastas de la inflación es que ataca directamente a los pobres. Estamos en un momento de la historia en que los precios de los alimentos no paran de subir, por lo que a los que más afectan esas subas es a aquellos que gastan la mayor parte de sus ingresos en comida: los pobres. (Basta con consultar un manual elemental de Economía para encontrar una afirmación similar) ¿Cómo frenamos la inflación? ¿Es cierto que la pobreza sigue bajando en Argentina o está pasando al revés?

Desde hace por lo menos un año y medio, los argentinos no contamos con una medida confiable de inflación: los sucesivos manoseos al INDEC por parte del Gobierno no han hecho más que disparar las expectativas inflacionarias. Si no sabemos qué dice el termómetro, no sabemos cuánta fiebre tenemos. ¿Es esta la única causa de la inflación en Argentina? Por supuesto que no: podemos enumerar desde la suba global de los precios de los commodities hasta la política de sostén de un dólar alto. Desde algún punto de vista, algo siempre anda mal.

Las mediciones de pobreza también están siendo cuestionadas: si el nivel de precios que recopila el INDEC se usa para calcular las cifras de pobreza, y no se confía en las primeras, tampoco puede confiarse en las segundas. Para el Gobierno, hay cada vez menos pobres e indigentes, dado que ellos observan (o quieren hacernos observar) una inflación decreciente. Economistas privados sostienen, en cambio, que hay cada vez más personas con sus necesidades básicas insatisfechas dado que ellos ven (y quieren hacernos ver) una inflación creciente, a punto de desbordarse. Si bien es indudable la mejora en los niveles generales de la economía desde el segundo trimestre de 2002 (no desde el 25 de mayo de 2003, como dice el Gobierno), una simple caminata por las calles de Buenos Aires y, sobre todo, por los medios de transporte que surcan la Capital y sus alrededores, revelan que sigue habiendo pobreza e indigencia a niveles alarmantes e inadmisibles para todo país que se aprecie a sí mismo y a sus habitantes.

Es verdad que "falta mucho para salir del Infierno", como le gusta decir al ex presidente en funciones (la frase se la escuché a Nelson Castro y me pareció genial) Néstor Kirchner. ¿Acaso ignora la dirigencia que la inflación es alta y que a los que más pega es a los pobres? A la luz de los hechos, el debate "enfriamiento-recalentamiento" es irrisorio: la economía (y esto también lo dice cualquier manual elemental) se puede frenar por políticas activas del Gobierno (el llamado "enfriamiento" producido por subas en las tasas de interés, reducciones en el gasto público y otras recetas harto probadas en los '90) o bien por constantes estímulos al consumo privado, erosionando el ahorro interno destinado a financiar la inversión, en una economía que se encuentra casi al límite de su capacidad productiva (el "recalentamiento" que se observó, el el Primer Mundo, a partir de 1968 pero, sobre todo, desde 1973 cuando, dado el shock petrolero, los países centrales estimulaban la demanda para evitar que la inflación de costos que importaban les frenara sus economías).

Ambas recetas tienen sus riesgos. El "recalentamiento", del que estamos observando sus primeros síntomas más allá de la particular coyuntura política del primer cuatrimestre de 2008, lleva a una de las situaciones más temidas por los economistas: la stagflation ó "estanflación", es decir, una combinación de estancamiento económico con suba de precios. Esta situación se dio, repito, durante la década del '70 en los países centrales, que venían con una economía produciendo a todo vapor desde 1955 (lo que Eric Hobsbawm, en su "Historia del siglo XX" denomina "Edad de Oro") y que, ante el shock petrolero, sufrieron altos incrementos en la inflación que trataban de paliar con estímulos a la demanda para que la población no perdiera poder adquisitivo. Sin embargo, lo único que lograban era aumentar aún más la inflación sin producir sustanciales variaciones en el producto. Esa inflación in crescendo era la que frenaba a la economía: si los precios suben, puedo comprar cada vez menos cosas, por lo que cae la demanda hasta equilibrarse nuevamente con la oferta. Esta "estanflación" es muy díficil de remediar: si se sube la tasa de interés, se reduce la inflación pero se resiente aún más la producción, con la consecuente caída del empleo. Si la pobreza parece aumentar en una economía en crecimiento y con inflación, ¿cuánto más rápido crecería en una economía estancada y con inflación? El "enfriamiento" consiste en políticas activas para moderar el consumo y evitar, así, alzas inflacionarias. (Como podrá deducir el lector, estas últimas políticas pertenecen a la escuela monetarista de Milton Friedman, que veía a la inflación como un problema meramente monetario. Fueron aplicadas por Margaret Thatcher en Inglaterra y por Ronald Reagan en Estados Unidos y, de ahí, exportadas a una América Latina ahogada por la deuda externa)

Sin entrar en una defensa de alguna de estas dos políticas, cabe señalar nuevamente, que los únicos perjudicados son los pobres: una espiral inflacionaria como la del "recalentamiento" erosiona sus ingresos y disminuye la oferta de puestos de trabajo dada la caída en la demanda producida por la pérdida de poder adquisitivo (esta es la situación en donde se da la clásica frase argentina: "los salarios van por la escalera y los precios por el ascensor"). La política del "enfriamiento", al frenar el consumo para moderar la inflación, afecta también al nivel de empleo. Argentina está hoy en una situación en donde "enfriar" la economía no significa entrar en recesión o provocar masivos aumentos de la pobreza como se vio durante los '90. "Enfriar" la economía significa, para nosotros, crecer al 6% anual en lugar de al 8%, que el gasto público siga creciendo pero a un ritmo inferior al de la recaudación (algunos economistas dicen que el crecimiento del gasto debería ubicarse entre diez y quince puntos por debajo de la tasa de crecimiento de la recaudación). Esta última medida le permitiría al Gobierno mejorar su posición fiscal sin necesidad de tocar la caja de los jubilados o emitir deuda o aumentar las retenciones para financiarse. Además, podrían destinarse mayores partes del superávit fiscal creciente a la compra de dólares sin necesidad de emisión monetaria espuria, o a la constitución de un fondo anticíclico para sortear crisis financieras. Estas medidas no son, como nos quiere hacer creer el Gobierno, parte del programa económico de los '90, sino que son políticas que el ex presidente en funciones Néstor Kirchner aplicó entre 2003 y 2004 con buenos resultados. Lo que vino después, es otra historia.


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