miércoles, 9 de julio de 2008

Especial Día de la Independecia: Colifatos


Manifestantes en la estación Retiro de la Línea San Martín en noviembre de 2007


Siguiendo la recomendación que me hiciera mi amigo Denis Fernández, administrador del blog La Tinta, publicaré hoy una reflexión que escribí con motivo de mi primera visita a la radio La Colifata del Hospital Borda en octubre de 2007. Me parece apropiado publicarla hoy dada la peculiar situación que vive nuestro país desde hace más de cien días y a que se continúa con la realización de actos públicos en cuya preparación mueren militantes. Me refiero al joven que murió en Plaza de Mayo el 18 de junio pasado, aplastado por un pedazo de farola, y al que murió hoy (y a los heridos también), víctima de una estructura tubular. Ambos decesos se produjeron en actos públicos de un Gobierno que proclama una defensa inclaudicable del más débil, pero que no altera sus planes proselitistas ante la muerte de sus seguidores.
______________________________________________________________________

Cuando mis abuelos eran jóvenes, la palabra “colifato” significaba “loco”. Aquellos eran tiempos en donde hacer terapia era “cosa de colifas”. Admitir que uno se recostaba en un diván y contaba sus problemas a un especialista, al que seguramente llamarían “charlatán”, equivalía al oprovio social. Semejante al que sufrían los hombres que, durante las dos guerras mundiales, se quedaban en las ciudades europeas y alguna dama les entregaba una pluma blanca en plena vía pública. Quizás, hoy las cosas no sean tan claras como antaño. Si bien la palabra “colifato” aún significa “loco” para muchos, para otros tantos se transformó en un concepto que expresa las paradojas de esta época.

Cerca de las vías del Ferrocarril Roca está el Hospital Borda. Allí, un grupo de pacientes se reúne todos los sábados para apoderarse del éter, aquel que Galileo apiló en un cráter de la Luna para salvarse de la hoguera. Sea desde un pequeño galpón rodeado de palmeras, o desde un patio de cemento que se hunde bajo el peso de los años, los colifatos soplan juntos para que, por lo menos, los quinientos metros que los rodean se llenen de éter. Y como los cuerpos celestes en la Edad Media, ellos puedan flotar más allá de la muralla sanitaria.

Mientras tanto, los trenes van y vienen. Miles de pasajeros viajan apretados en abrigos grises como sus empleos, sobre vías cubiertas de grasa negra. Reina el silencio en el vagón, reforzado por los ruidos del vaivén de la formación. Un matutino muy importante, como el que lee alguno de los que lograron viajar sentados, dijo que el sesenta por ciento de los internos del Borda está en condiciones de irse. Pero eligen quedarse porque tienen miedo del afuera. ¿Serían admitidos en el Borda, o en la Colifata, el sesenta por ciento de los que están orgullosamente afuera?

En el patio, los colifatos hacen su programa todos los sábados. Cuentan anécdotas, chistes, solemnidades, dolores. Es duro entrar por primera vez al Borda después de tantos años de afuera, pero son excelentes anfitriones. Corre un mate improvisado en un vaso de plástico, acompañado por unos bizcochos que hicieron en la panaderia del hospital. Con el correr de las horas, se pierde la noción de tiempo y espacio. Esta reunión podría haber ocurrido en algún parque de Palermo, o en Londres. La Colifata es como “el otro cielo” que Cortázar vio en las indistintas galerías de París y de la calle Florida. En el aire flota algo más esencial que el lugar y la fecha. Ese algo le escapa al periodismo y es patrimonio de la literatura.

El mate circula entre los colifatos, como todos los sábados, esperando que el afuera los reciba. En Colombia, un coronel esperaba todos los viernes la carta del Estado que le informaría sobre su jubilación. Jamás faltaba a su cita en el muelle sobre el rio para que el empleado de correos le dijera que no había nada para él. Y de vuelta a su existencia. En ese volver, ponía en la ineficacia su esperanza. Quizás no logre lo que quiere, pero logrará que otros vean que no está vencido. Esto sólo lo puede comprender un colifato.




1 comentario:

Denis Fernández dijo...

Buenas,
era este texto el que recordaba. Finalmente pudimos publicar este trabajo en algún lado, suerte que nos robó un docente dibujado.
Me alegro que hayas dejado de escribir sólo los sábados, jaja.
Un abrazo.
Saludos